«Las ruinas son lo más viviente de la historia, pues sólo vive
históricamente lo que ha sobrevivido a su destrucción,
lo que ha quedado en ruinas… Y así, las ruinas nos darían el punto
de identidad entre el vivir personal —entre la personal historia— y la historia».
María Zambrano.
Mucho antes de cualquier enunciado introductorio, la primera sensación al observar el trabajo que Paola Podestá y Amparo Prieto nos presentan en esta ocasión, es de una sensualidad -material y cromática- que podríamos calificar de melancólica. Se dan cita, además, en ambas propuestas por igual, palpitantes texturas que nos llevan a internalizar sus superficies desde una dimensión sinestésica: de alguna manera, es posible «recoger» la vibración de estas imágenes, no sólo en la retina, sino que en las yemas de los dedos, en la piel.
Y aunque estas artistas han articulado su actual andamiaje conceptual desde la mirada arqueológica y sociológica a determinados contextos urbanos, por un lado, y desde la reformulación y deconstrucción de la noción de ornamento por el otro, conviene mencionar, sin embargo, algunos aspectos de estos trabajos que anteceden a este enfoque puramente intelectual.
Si bien es cierto que en un plano discursivo ambas propuestas aluden sistemáticamente al escurridizo problema de «lo decorativo» en el arte, también es posible percibir en éstas, más allá de la gracia y el encantamiento visual, otros sustratos que parecen estar susurrándole al espectador relatos subyacentes acerca del olvido, del dolor, del abandono, de la fractura, la decadencia y la decrepitud, tan propios del universo de la memoria.
Ambas obras tienden a evocar algunos de los miedos y fobias más recurrentes de la humanidad: a los insectos, a la vejez, y a lo que casi todo esto alude: a la problemática humana del constante acecho de la muerte. Comparecen en estas obras, en ese sentido, peculiares maneras no sólo de indicar, sino de celebrar la actividad contenida en los procesos de descomposición; o dicho de otro modo, señalar festivamente los indicios de la presencia de la vida en lo inerte. Desde esa perspectiva funeraria, no resulta menor el hecho que esta exposición se presente en una sala subterránea.
A través de sus propuestas recientes, Podestá y Prieto ponen en tensión las nociones de vida pública, vida privada, vida social y vida íntima, difuminando los límites y haciendo que unas se conviertan en otras, y viceversa; en ese sentido, los acontecimientos y las reflexiones cotidianas y personales de las autoras, sobre todo las afectivas y sentimentales, parecen haber sido filtradas por un prisma que antepone la historia general y -en un guiño a las fases tempranas de las dinámicas industriales- la aparentemente fría e impersonal elaboración serial de elementos ornamentales.
La inclinación de estas dos artistas por el ornamento parece ser una reacción ante la generalizada proliferación actual de una anémica estética mal llamada «minimalista», que no es más que un coletazo tardío de veneración a la arquitectura moderna, que con la austeridad de sus ángulos rectos, concreto a la vista y/o fachadas inmaculadamente blancas, en nuestro contexto ha tendido a volverse un lugar común quizá más presuntuoso que todo aquello que ha intentado sustituir. Para estas artistas, en cambio, decorar es armar el escenario de la vida (en el que los eventuales excesos del ornamento serían el disfraz de lo esencial).
A nivel material, existe en el trabajo actual de Podestá y Prieto una clara voluntad transformadora, en el «forzamiento» contradictorio de sus materias primas hacia algo que no son en verdad, o mejor dicho, hacia algo más bien opuesto a lo que en realidad son: masilla de poliéster para reparar grietas en el mármol, que se transforma en vehículo para representar esas mismas grietas, en el caso de Prieto; «dañinos» insectos que se transmutan en arquitectura y sus respectivos adornos, en el caso de Podestá.
A nivel práctico, ambas artistas han estado conduciendo, cada una por su lado, una atenta investigación tecnológica. A través de procesos no lineales que sobre la marcha van dictando sus propias pautas, y desde el cuestionamiento del manoseado discurso de «las labores femeninas», Podestá y Prieto se han convertido en eficientes operarias de sus únicas y diminutas industrias domésticas, perfeccionando procedimientos en los que se cruzan indistintamente tecnologías de punta y tecnologías arcaicas.
En el trabajo de Paola Podestá, asistimos al registro cuasi-facsimilar de algunos motivos ornamentales pertenecientes a dos edificios emblemáticos de esta región: el Palacio Vergara y el Palacio Baburizza. Una selección de fragmentos del mosaico de los pisos, del entelado de los muros, de las cenefas de cobre, del parquet, del fierro forjado y de otros relieves ornamentales, arman una ecléctico salpicón de épocas y estilos, entre los que es posible vislumbrar aires del gótico, neogótico, veneciano, rococó, art nouveau, diaguita, normando, islámico y art decó, entre otros. Estas imágenes han sido recreadas, sin embargo, por medio del recorte de miles de figuritas de papel coloreado -siluetas de «bichos»- organizadas estrechamente una junto a la otra, como si se tratara de un delirante y obsesivo insectario puntillista.
Se trata de la representación gráfica de hormigas, polillas, arañas, cucarachas y moscas, tal vez los cinco bichos genéricos más populares del planeta, pertenecientes no sólo a una constante ineludible de la vida cotidiana urbana y rural, sino a un imaginario universal lleno de implicancias simbólicas, que los sitúa como personajes inmensamente recurrentes de la literatura, la mitología y las artes de todos los tiempos. Da la impresión que en este trabajo conviven además, de manera singular, los tres reinos de la naturaleza: el reino vegetal (presente en los arabescos semi-abstractos del mosaico), el reino mineral (en la materialidad del metal, la piedra y la cerámica), y el reino animal (representado por esta gran y voraz plaga de insectos).
Si Podestá nos acerca temáticamente al terreno de los lujos oligárquicos (y a su rigidez y eventual decadencia), Amparo Prieto nos enfrenta a una situación en la que un ente anónimo, insignificante y espontáneo es quien de pronto adquiere categoría protagónica: aunque a primera vista nos recuerde la vista aérea de un paisaje desde el cielo, una maqueta topográfica o un diagrama de irrigación del sistema circulatorio de un organismo gigantesco, el origen de esta composición reside en una grieta cualquiera encontrada por la artista en el pavimento de las cercanías de la casa de su madre. Tomando esta fisura como unidad clonable, Prieto no sólo ha estado construyendo una trama aparentemente interminable, sino que ha resuelto al mismo tiempo ir tapando, reparando, sanando, con materiales multicolores, esta fractura serializada.
En esta superficie constituida por módulos regulares, nos encontramos con que lo que parecen arrugas, protuberancias, úlceras, abscesos, resquebrajaduras, costras, patas de gallo, estrías, várices y otras irregularidades del tejido cutáneo, se encuentran en una surrealista y permanente oscilación de escala con otra dimensión, una que podríamos llamar geopolítica. «Todo está quebrado, todos estamos quebrados, agrietados, heridos: mi trabajo parte desde ese punto…», nos cuenta Amparo Prieto, en lo que parece una nueva forma de interpretar la máxima del maestro Beuys cuando nos sugería «muestra tu herida».
A pocos meses de ocurrido el devastador terremoto que remeció el centro y el sur de nuestro país, resulta interesante y oportuno cómo estas dos propuestas enriquecen la reflexión acerca de la noción de patrimonio, su conservación, su lugar en nuestra memoria individual y su inevitable destrucción física.
Cristián Silva, julio 2010.